Desde pequeños, los seres humanos son capaces de fijar su
atención, es decir, de seleccionar algún aspecto del contexto que
los rodea para percibirlo conscientemente. Es interesante comprobar que a medida que el sujeto crece, esta capacidad de prestar
atención sigue siendo limitada en cuanto a cantidad de contenido.
Lo que sí cambia, y notablemente, es la capacidad de mantener la
atención y decidir el objeto sobre el cual recaerá. Es fácil distraer a
los niños pequeños porque muchas cosas llaman su atención.
Un
elemento u objeto del contexto apenas atrae su atención unos segundos antes que otro elemento de su entorno lo consiga.
A medida que crece, el niño aprende a controlar su atención,
elige la fracción de su entorno sobre la cual quiere hacerla recaer.
En cuanto a otros procesos cognitivos básicos, como la capacidad
de guardar en la memoria, los infantes no realizan grandes esfuerzos para almacenar o recordar nada, solamente sucede, como cuando sonríen al ver la cara de su madre o se inquietan al ver su tetero.
Es decir, la memoria de los pequeños parece depender más que de
un esfuerzo mental específico, de la afectividad ligada a las percepciones.
También es una función ejecutiva de la mente, la atención es una señal sesgada actúa dentro del sesgo existente en una frase del procesamiento.
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